Por Gabriel Soma
En el libro “Genius” (Genios) de Matthew Syed, este se da a la tarea de analizar las circunstancias en las que un genio se desarrolla para alcanzar la cúspide de su genialidad. Es interesante encontrar que, en la opinión de este columnista de Times y BBC, los genios no existen. Lo único que existe es la práctica constante y la disciplina incesante, como bien dijera alguna vez Edison: "El genio es 10 por ciento de inspiración y 90 por ciento de transpiración”.
Sin embargo, existen también situaciones en las que el genio requiere también la intervención de las fuerzas silenciosas del destino. Es posible que millones de personas alrededor del mundo hayan tenido o tengan aún el potencial para ser genios, y sin embargo las circunstancias de su vida no han sido las adecuadas para desarrollar estas capacidades.
Tal podría ser el caso de Marianne Mozart, la hermana mayor del reconocido compositor, apodada cariñosamente Nannerl. A sus 10 años fue de gira por Europa y mereció las críticas más favorables por parte de la audiencia, que la calificaba de “prodigio” y “genialidad”. Entonces no fue por falta de talento ni por falta de técnica. No fue porque no se igualara a los más grandes pianistas de su tiempo, ni siquiera porque no fuera reconocida en toda la escena artística. Fue su condición femenina la que le valió el olvido.
Existe evidencia de que Wolfgang Amadeus Mozart, a sus 3 años, pasaba varias horas del día observándola aprender el clavicordio. Su hermana mayor era una inspiración para él, por lo que muy pronto comenzaría a practicar a su lado y poco a poco la suplantaría como el talento de la familia. Wolfang intentó varias veces convencer a su hermana de no abandonar sus estudios musicales, pero ella tenía razones que su pequeño hermano no podía comprender siendo un niño.
Las razones eran simples. Ella estaba entrando a la adolescencia, por lo que tenía que conseguir a un marido. En la sociedad europea del siglo XVIII era muy mal visto que una mujer casada o en edad de casarse trabajara o se exhibiera públicamente, por lo que ser una reconocida concertista estaba mucho más allá de lo que ella se hubiese podido permitir. Una mujer música y compositora podría ensuciar el honor de su padre, Leopold Mozart, a quien ella estaba dócilmente sometida.
Así, cuando ella tenía 13 años (cinco años mayor que su hermano), Leopold les llevó a dar su última gira por Europa, en la que obligó a la niña a mentir sobre su edad para que no la juzgaran por contar ya con suficientes años para contraer matrimonio. Esta fue la última gira artística de Nannerl, pues al regresar a Salzburgo su padre la posicionó como maestra de piano de mujeres de la alta sociedad para financiar las giras que tenía ya planeadas para su primogénito varón.